El paisaje agreste, de montañas, hoces, cárcavas y grandes masas arbóreas en esta parte de la meseta castellana han condicionado la presencia humana desde sus orígenes en La Serrezuela. restos del Paleolítico existen en las numerosas cuevas que abundan en el territorio.
La presencia más evidente del ser humano se hace sentir con las fuentes escritas que los romanos trasmiten durante las guerras de conquista de la Celtiberia. Los arévacos, pueblo celtíbero que pobló estas tierras, ofreció una tenaz resistencia al invasor romano. En el paraje de Los Quemados, próximo a Carabias, se produjo lo que para muchos fue la última gran batalla que enfrentó a arévacos con Roma. A partir de entonces, desapareció este asentamiento para reubicar a los supervivientes en la gran ciudad que fue Confloenta, en las inmediaciones del pueblo de Duratón. Con la romanización diversas calzadas atravesaron la Serrezuela para dirigirse a otros destinos, una de ellas seguía el mismo trazado por donde actualmente se encuentra la carretera N-I, y otra atravesaría por el entorno de la ermita de Casuar. Incluso un miliario o piedra miliar, que se corresponde con una columna cilíndrica, oval o paralelepípeda que se colocaba en el borde de las calzadas romanas para señalar las distancias cada mil passus es decir, cada milla romana, lo que equivale a una distancia de aproximadamente 1480 metros se encontró en el entorno de El Miliario, próximo a Honrubia de la Cuesta. La población existente en el territorio continuaría siendo de origen arévaco básicamente y con dedicación ganadera, pues los colonizadores romanos se asentaron en las fértiles campiñas que circundan la Serrezuela. Si exceptuamos la villa de la Polaína, en Navares de Ayuso, en el resto de la Serrezuela no encontramos vestigios de grandes villas de la época bajoimperial.
La población visigoda posterior se sospecha que se asentaría en la Serrezuela, sobre todo a raíz de la conquista árabe. Estas tierras ofrecerían una mayor seguridad y les permitirían resguardarse junto con sus ganados en parajes inhóspitos. Vestigios de la presencia musulmana raramente se han encontrado, si exceptuamos la villa de Maderuelo, que en la Alta Edad Media pasó de manos cristianas a musulmanas en varios momentos.
La configuración definitiva de este territorio se produce a raíz de la conquista y repoblación que gentes procedentes del norte del Duero realizaron a lo largo de los siglos X, XI y XII. A la población existente se suman nuevos pobladores, con nuevas mentalidades, dirigidos por los condes castellanos al principio y más adelante por los propios reyes. Estos repobladores son los que dan lugar a un nuevo concepto de ocupación del territorio. También son los que fomentan la construcción de iglesias románicas por toda el área. Los nombres de muchos de los lugares y aldeas tienen su origen en esos siglos. Es decir, se produjo un encuentro entre la población residual existente y los nuevos pobladores norteños. Con el paso de los años, bastantes de los asentamientos existentes han desaparecido; sin embargo, la memoria escrita y oral acredita que existieron en un pasado.
Todo este territorio de frontera entre el norte cristiano y sur musulmán se ordenó jurisdiccionalmente en comunidades de villa y tierra. Es decir, que una cabeza de un amplio territorio ejercía funciones administrativas y judiciales sobre los lugares y aldeas de su alfoz. Así la Serrezuela tenía por cabezas de las distintas comunidades a las villas de Aza, Sepúlveda, Maderuelo, Fuentidueña y Montejo. A partir del siglo XV muchas localidades se independizaron jurisdiccionalmente de la cabeza de comunidad para constituirse en villas independientes, algo que los reyes facilitaron siempre que las haciendas reales fueran debidamente compensadas. No obstante, muchos bienes de uso comunal cuya titularidad era de la comunidad continuaron siendo aprovechados por todos los vecinos de esas comunidades históricas.
La Baja Edad Media, a partir del siglo XIV, e incluso la Edad Moderna, fueron tiempos de estabilidad. La nobleza acaparó derechos cedidos por la realeza y los hombres y mujeres de aquellos tiempos acaban repitiendo esquemas de vida que se habían fraguado en los siglos anteriores. Trabajo duro en tierras agrestes y religiosidad sublime constituía el devenir diario.
Con la Guerra de la Independencia la Serrezuela volvió a tomar protagonismo. Los regidores de cada pueblo fueron retenidos en Aranda de Duero por los invasores franceses para garantizar el dominio de la población. No en vano este territorio tenía que franquearlo las tropas y funcionarios franceses para acceder a la corte madrileña. Impedirlo era uno de los objetivos de los guerrilleros que por aquí camparon continuamente. El célebre cura Merino y el Empecinado, entre otros, tuvieron su campo de operaciones en la zona, incluso en La Serrezuela se recuerda muy bien dónde está la cueva que el cura Merino ocupó para resguardarse cuando el peligro acechaba en exceso.
El convulso siglo XIX dejó huella en la Serrezuela. La población, muy influida por la jerarquía eclesiástica, tomó parte por el conservadurismo, lo cual permitió que el cura Merino, hasta muy avanzado el siglo realizara sus correrías por este territorio. Sin embargo, podemos decir que en este siglo y principios del siguiente se produjo un aumento considerable del censo poblacional, siendo los momentos en que mayor población alcanzó la Serrezuela.
A partir de mediados del siglo XX, con los nuevos esquemas políticos y económicos que se instauraron en nuestro país, la Serrezuela sufrió una de las lacras más sangrantes que a duras penas soporta: la despoblación. Los hombres y mujeres, empezando por los más activos, comenzaron a abandonar los pueblos en busca de una mayor calidad de vida. Hasta hoy el fenómeno continúa.