
Sobre el
proyecto MTB
Ven a la Serrezuela
vívela
Queremos que conozcas nuestro entorno pasando por nuestros pueblos y te pares a hablar con sus gentes. Que te dejes sorprender por los rincones y paisajes que el camino te va a ir mostrando.
Actividades económicas tradicionales
La industria más notable que siempre tuvo Castilla fue la ganadera, la emanada del Honrado Concejo de la Mesta, una asociación instituida en el siglo XIII por Alfonso X El Sabio que pretendía explotar de forma común y organizada la trashumancia de ovejas merinas y la exportación de su lana a los talleres ingleses, franceses y flamencos. Con el desarrollo de la industria textil del algodón, materia prima más barata que distribuían directamente los británicos a sus propios telares, el mercado de la excelente lana castellana sufrió una crisis profunda y provocó cambios irreversibles en la propia economía castellana. Pero la huella imborrable de la Mesta —que se ha perpetuado en forma de sendas y vías pecuarias (las cañadas, las veredas y los cordeles) y de diversas clases de construcciones, esquileos y majadas— está aún presente en Segovia y su provincia y por la Comarca Nordeste transcurren de hecho dos de las cañadas más conocidas: la “Real Segoviana” y la “Soriana Occidental”.
La crisis de la lana, además de ser determinante en un proceso de constante emigración que fue despoblando villas y aldeas hasta entonces prósperas y florecientes, provocó desde finales del siglo XVIII un paulatino desplazamiento de las antiguas actividades económicas que tendieron así a concentrarse desde ese momento en la práctica de la agricultura extensiva. Frecuentemente estas labores, cada vez más atomizadas en pequeñas propiedades que tenían como único objetivo la mera subsistencia, combinaban el cultivo de cereal, en especial trigo y la cebada, con la cría de ganado lanar y vacuno que proporcionase leche, más para el autoconsumo de las propias familias productoras que para su venta masiva.
Se mantuvieron, no obstante, algunas formas de economía tradicionales basadas en la artesanía y el comercio, como por ejemplo las fondas y ventas que se disponían junto a las principales vías de comunicación, como el antiguo Camino Real de Bayona, luego carretera Nacional 1, que alcanzaba Madrid a través de Somosierra, atravesando Honrubia de la Cuesta, Fresno de la Fuente, Boceguillas, Castillejo de Mesleón, Cerezo de Abajo y Santo Tomé del Puerto, lugares todos ellos en los que se levantaron unas singulares edificaciones, los paradores, dedicadas a la acogida de viajeros y el intercambio de mercancías entre el norte y el centro de la Península. También en este sentido cabe destacar la ruta que unía Soria con Segovia, ahora nacional 110, coincidente en parte con la cañada Real Soriana Occidental, que pasaba por Ayllón y Riaza, con dirección a Segovia.
Hoy en día, aun con alguna pervivencia de las formas de economía tradicional campesina y cierta economía de servicios vinculada a los lugares por los que pasan estas vías de comunicación, es el turismo la industria más floreciente, de manera que Riaza, Sepúlveda o Ayllón, como centros históricos más destacados, atraen a un buen número de viajeros y visitantes que recorren espléndidos paisajes naturales como los de las Hoces del Duratón o del Riaza, visitan los monumentos y las construcciones de interés, y degustan sus platos tradicionales, en especial el lechazo, que pervive como recuerdo de los tiempos de La Mesta, en que los corderos de la humilde oveja churra, acompañante de la mayoritaria merina, proporcionaban una exquisita carne para sustento de los pastores y las mesas de los lugareños en los días festivos.
Aspectos históricos
La Comarca Nordeste de la provincia de Segovia se encuadra en una región que históricamente ha sido conocida como la “Extremadura Castellana”, por encontrarse en el extremo sur del valle del Duero (Extrema Durii), la zona de frontera entre las tierras sometidas a Al-Ándalus y los ámbitos de pervivencia cristiana del norte de la Península desde la llegada de los musulmanes en el 711 y hasta bien entrado el siglo úndecimo, momento en que se consolidó la repoblación castellana de todo el territorio, para entonces ya plenamente integrado en el reino de Castilla.
Los más antiguos pobladores de este entorno fueron gentes de ascendencia celta y celtibérica, fluctuando entre la cultura vaccea, propia del entorno céltico occidental, y la arévaca, extendida por los territorios orientales que se adentran en la vecina provincia de Soria. Cauca (Coca) debió ser la principal ciudad de aquéllos en su límite oriental, y la cercana Numancia la capital más destacada de los arévacos. Desde finales del siglo II a. de C., y tras la caída de los rebeldes numantinos, estas tierras formarán parte del mundo romano y a partir del siglo siguiente, con la pacificación definitiva de Hispania por parte de Augusto, se mejorarán caminos y viales que constituirán importantes nexos culturales y comerciales.
Las calzadas más destacadas que enmarcaban estos pagos eran dos: la que discurría paralela al río Duero, de levante a poniente, y la que descendía desde Cæsar Augusta (Zaragoza) hasta Emerita Augusta (Mérida). De la primera descendía en dirección sur un ramal desde Septimanca (Simancas) hasta enlazar con Cauca y con Segovia. Por nuestra Comarca trascurrían además dos calzadas secundarias, pero no por ello menos importantes: la que unía Numancia con Coca y atravesaba las tierras de Maderuelo, Boceguillas, Barbolla, Duratón y Sepúlveda, y una segunda que descendía desde Somosierra hasta enlazar probablemente con aquella en un lugar que hoy queda señalado, en Boceguillas, precisamente por el llamado “Puente Blanco”.
La llegada de los visigodos desde el sur de la actual Francia hasta Hispania a principios del siglo V se produce como resultado de la paulatina desarticulación de la vieja organización imperial, pues éstos actuaban como un ejército federado al servicio de una cada vez más débil Roma. Tras la derrota visigoda a manos de los francos en Vouillé, el año 507, una buena parte del pueblo godo, otrora asentado en tierras galas, vendrá a buscar un espacio para establecerse en la Península Ibérica y encontrará en el entorno donde se ubica esta Comarca un lugar muy propicio para ello. Así, la actual provincia de Segovia se convertirá en el epicentro del poblamiento campesino godo, como lo demuestran los vestigios de sus grandes cementerios, que podemos encontrar en lugares como la necrópolis de Duratón o el Corporario de Castiltierra, cerca de Fresno de Cantespino. Tras la ocupación islámica, después del año 711, estas tierras quedarán yermas, aunque sin duda la población gótica siguió presente en ellas durante el resto de la época medieval, disolviéndose más adelante entre los repobladores cristianos llegados de otros ámbitos del norte de la Península.
La Extremadura Castellana tuvo en la Comarca Nordeste un centro fundamental: la villa de Sepúlveda, cabeza de una reordenación jurídica de todo el territorio que se consolidará en el siglo XI, en tiempos de Alfonso VI, merced a las repoblaciones llevadas a cabo por su yerno Raimundo de Borgoña. En esta época se fortalecen y se recuperan las antiguas poblaciones, se reconstruyen vías y puentes y se comienza la fundación de la práctica totalidad de los pueblos y aldeas hoy existentes. El posterior desarrollo de La Mesta supondrá un importante crecimiento que aún puede observarse en la riqueza de las grandes casas y palacios de las villas forales de Pedraza, Riaza, Maderuelo, Ayllón o Sepúlveda. Este progreso económico, marcado por la industria ganadera, tendrá su continuidad durante toda la Edad Moderna, pero desde finales del siglo XVIII se iniciará un lento proceso de declive, que quizá no podemos dar aún por terminado, que ha tenido como principal consecuencia el señalado empobrecimiento de esta comarca y, a la postre, una paulatina y constante pérdida de población y de recursos.
Arquitectura y construcción tradicional
La arquitectura tradicional que nos vamos a encontrar en las tierras del Nordeste segoviano es de un carácter marcadamente popular, pues tiene su fundamento en una economía agraria que aprovecha al máximo los recursos del entorno y se enfrenta a un clima acusadamente áspero y hostil. Las formas de construir que se han desarrollado en los pequeños núcleos de población de esta comarca desde la Edad Media se han basado en el empleo de distintos sistemas constructivos en los que juegan un papel muy relevante los tres materiales principales de la arquitectura popular: la tierra, la piedra y la madera.
Los muros entramados de madera con plementería de adobe, las grandes armaduras de cubierta de faldón estructural, los muros y tabiquerías de adobe, las fábricas de mampostería y de sillar de piedra (casi siempre calizas de Sepúlveda, del Villar o de la Sierra de Pradales), las de cuarcita y de lajas de los pueblos de la Serrezuela y de la Sierra de Ayllón, constituyen, entre otras, las formulas constructivas sobre las que se levantan las edificaciones domésticas y auxiliares en esta extensa comarca en la que conviven las arquitecturas serranas y las campesinas, en su largo centenar de núcleos de población.
Las casas tradicionales de labranza, las viviendas de carácter más urbano que se levantan entre medianeras o las grandes casonas castellanas que podemos encontrar en muchas de las localidades del nordeste, comparten en mayor o menor medida materiales y sistemas de construcción, de los que destacan, por su originalidad e interés, los que podemos denominar de entramado. En éstos, las soluciones que tendremos ocasión de ver suelen mostrarnos una estructura portante de muros de carga y pies derechos de madera, forjados de escuadrías de madera y armaduras de cubierta de faldón estructural, sobre todo del tipo par y picadero, aunque reemplazadas a veces por cerchas muy elementales algo más modernas. Los muros de carga en planta baja pueden resolverse bien con mampostería de piedra caliza recibida con mortero de tierra, bien con fábrica de cantos de cuarcita y abundante argamasa o bien con fábrica de adobe; a veces veremos muros armados en la planta baja, pero la madera se reserva normalmente a las plantas superiores, de estructura entramada de imprentas y cuarteles cuajados de adobes en espina de pez.
Las armaduras de cubierta son de estructura de madera del tipo mencionado, con tablero de ripia o chilla sobre la que se extiende una capa abundante de mortero de barro y una posterior cubrición de teja cerámica curva, colocada a torta y lomo a la usanza tradicional de Segovia, es decir, sin doblar las tejas canales con otras cobijas. Los encuentros de las cubiertas con los muros pueden estar resueltos con aleros de canes de madera, con cornisas de piedra labrada o mediante el empleo del tejaroz, una de las soluciones más frecuentes en la comarca, que resuelve la evacuación de aguas colocando tejas en cobija a más ganar en los aleros, formando dos, tres o incluso más hiladas. Los edificios tienden a presentar pocos huecos y éstos suelen mostrarse pequeños, como corresponde a una comarca de inviernos crudos. Están ejecutados habitualmente con dinteles, jambas y alféizar de piedra, muchas veces labrados en una sola pieza y casi siempre protegidos por rejas de hierro forjado, aunque no es raro ver huecos con cargaderos de madera, en escuadrías o rollizos, y también, aunque más raros, resueltos en ladrillo de tejar. Las divisiones interiores de las viviendas pueden ser muros de mampostería de piedra o de fábrica de adobe en las plantas bajas mientras las plantas superiores adoptan, lógicamente, una construcción más ligera, con los entramados y tabiquerías ya descritos. En los acabados predominan los embarrados y los enlucidos de yeso y en los pavimentos, también el barro, ya sea extendido o en baldosas, siendo en las mejores casas de piedra caliza pulimentada. Carpinterías de madera y un mobiliario austero y utilitario, del que podrían destacarse los bancos, las arcas o las cantareras, por mencionar aquellas piezas que nos resultan hoy más exóticas, completan el sencillo equipamiento de estas viviendas.
En términos generales esta arquitectura tradicional nos muestra una constante interacción entre piedra, madera, adobe y teja, materiales todos de los que se puede hacer acopio en la zona y que son utilizados por el constructor popular, quien con el tiempo ha ido asignando a cada uno de ellos una tarea específica para responder apropiadamente a las necesidades de habitabilidad y uso y, sobre todo, al clima, proporcionando resguardo del frío de un modo suficiente, lo que no solo se ha logrado mediante el empleo de los materiales y sistemas descritos sino a través de mecanismos de acondicionamiento ambiental que se reflejan en la elección del lugar donde ha de levantarse la edificación, la implantación de la misma en el terreno, la orientación, la forma y el volumen y, por supuesto, en los propios materiales y sistemas constructivos elegidos.
Desde el punto de vista de la tipología, abundan en los pueblos de la campiña dos tipos de viviendas: las de un piso más sobrado, que se presentan casi siempre aisladas, y las de dos plantas más desván, que aparecen normalmente integradas en el medio urbano, generadas como consecuencia de la propia densidad del núcleo. En algunas ocasiones, tendremos ocasión de ver algunos de estos tipos de carácter urbano precedidos de un corral delantero que, a modo de patio cerrado al que se accede por un gran portón carretero, se encuentra flanqueado por otras edificaciones auxiliares complementarias a la propia vivienda (el establo, el gallinero, etc). El primer tipo nos muestra las viviendas y los establos compartiendo el mismo espacio de la planta baja y su distribución suele realizarse a partir de un zaguán delantero que da paso a la cocina y los dormitorios, mientras en un lateral se desarrolla el establo con un gran acceso exterior pero también comunicado con el interior de la vivienda. El sobrado se utiliza en estos casos como almacén, disponiéndose una ventana en la fachada para darle un acceso independiente. Este modelo de vivienda integrada representa la solución tipológica más sencilla y quizás más adecuada a la economía campesina de esta comarca. Encontraremos muy buenos ejemplos de esta clase de edificación en prácticamente todas las localidades. El tipo de dos plantas tiende a separar con mayor claridad la zona de los animales de la de las personas. La presencia de un balcón exterior a la calle, dispuesto sobre la puerta principal, las soluciones de los recercados, esquinas y otros elementos ejecutados con piedra labrada, o los grandes aleros de madera le añaden caracteres estéticos más acusados que tienden a diferenciar el estatus de esta clase de vivienda urbana de su hermana menor. El desarrollo urbano de esta tipología se manifiesta muy habitualmente en hileras de casas, de composición repetitiva, que suelen compartir los muros medianeros, normalmente del tipo entramado, con vigas, pies derechos, codales y tornapuntas de madera y cuarteles con plementería de adobe, como tantas veces tendremos ocasión de ver en los pueblos de la mancomunidad de Hornuez. Los embarrados rojizos de los morteros, tanto en las fábricas como en los revestimientos, nos indican la vocación campesina de estas villas y aldeas orientales de las campiñas cerealistas. Los huecos suelen ser de pequeño tamaño, pues se trata de ventilar el interior más que de iluminarlo, protegiéndose así del intenso frío invernal.
Además de las viviendas, conviene destacar la existencia de otras construcciones auxiliares de esta economía campesina, como las tenadas para el ganado ovino, pues el caballar y el vacuno, más escasos, solían ocupar el recinto de la cuadra en las viviendas. Las tenadas eran edificaciones de planta rectangular, muy a menudo resueltas con muros de mampostería sin revestir y con cubierta a dos aguas que protegían un único espacio sin apenas huecos que lo iluminasen. Se situaban en el perímetro exterior del casco urbano para aislar a las ovejas del contacto directo con las personas, evitando así el contagio de enfermedades y los parásitos nocivos para el hombre. También en un ámbito exterior de los cascos urbanos se ubican en ocasiones los gallineros y otras construcciones de uso ganadero, y tienen especial importancia los palomares, edificios de planta circular, cuadrada o rectangular, tipológicamente menos diversos aquí que los de Soria, Tierra de Campos u otras zonas de Castilla, pero hechos de sólidos muros de mampostería, de adobe, o de una combinación de ambas fábricas, y con estructuras de cubierta cónicas, de cuatro aguas o de un solo faldón. El tejado de estas edificaciones presenta unas pequeñas aperturas protegidas que posibilitan la entrada y la salida de las palomas, que anidan en el interior del edificio en unos columbarios hechos al efecto con adobes, para crear un ambiente extremadamente cálido que facilite la cría de los pichones, pues su tierna carne era, y es, muy apreciada y constituye un buen complemento de la estricta dieta del campesino castellano. Todos las localidades de la Mancomunidad de Hornuez conservan ejemplos excelentes de esta clase de construcción que, en esta comarca, adquiere una importancia paisajística muy destacada. Quedaría por último referirse a las construcciones relacionadas con la produccción vitivinícola, como las casetas, bodegas y lagares, de las que nuestra comarca conserva ejemplos muy interesantes en localidades del área de la Serrezuela, como Valdevacas y Villaverde de Montejo, y en las de su área más oriental, como sería el caso de Fuentemizarra y Valdevarnés.